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El fin de la infancia - Por Alina Diaconú
Para Diario LA NACION - Publicado el Sábado 3 de mayo de 2008

La violencia es el último recurso del incompetente. Isaac Asimov

Tendríamos cinco o seis años cuando, en el recreo, unos varones de nuestra misma edad se fueron a las manos y uno de ellos terminó con la cabeza ensangrentada. Volvimos a casa llorando y nos negamos a regresar a ese jardín si nuestros padres no nos sacaban de ese grado, que era mixto, tras lo cual terminamos en un aula donde había sólo mujeres y donde, en esas épocas, ese tipo de peleas no podía tener lugar.

Pero el recuerdo de aquella violencia varonil en una edad tan vulnerable, en un lejano país de Europa del Este, en Rumania, no se fue nunca de la mente y renace hoy, en otro tiempo, en otro mundo, con otro modus vivendi. La historia se repite, pero con mucho más dramatismo y virulencia.

Aquel daño fue leve, muy leve y absolutamente excepcional, comparado con los hechos de violencia escolar que están sucediendo hoy, no sólo en nuestro país, sino en el mundo.

Niños armados que matan a otros niños ( recordemos, entre nosotros, el caso de los tres niños asesinados por otro compañero en Carmen de Patagones), niños que acosan, golpean, roban a sus pares y atacan a sus maestros. Hace poco, un alumno de 15 años le clavó un cortaplumas en el corazón a un compañero de 16, en Villa Gesell, y le dio muerte. Un par de años atrás, en Santa Fe, un chico de 12 años atacó a otro con una trincheta. En San Isidro, hace poco, tres chicas desfiguraron a una compañera de 13 años, “por ser linda”.

La inseguridad en la escuela está a la orden del día. Y uno, ingenuamente, se pregunta qué pasa con los padres de esos chicos.

Hubo varios casos de progenitores que atacaron a docentes a los golpes: en Río Tercero, en 2006; en la Escuela N° 83 de Leandro N. Alem, en marzo de este año. Recientemente, una madre perdió los estribos y atacó a una maestra en una escuela de La Plata.

¿Podemos deducir, entonces, casi como si fuera un silogismo, que detrás de los niños violentos hay padres violentos; que detrás de la violencia escolar hay violencia familiar; que un niño agresivo es producto de una familia disfuncional; que un niño que maltrata es un niño maltratado; que lo que sucede en la escuela no es sino una proyección de lo que ocurre en la casa, o el tema es muchísimo más complejo y abarcador?

La violencia de los niños, que llegó hasta el asesinato, puede venir de distintos lugares: del hogar, en primer término, con sus conflictos, pero también de lo que se ve en la calle, de los contenidos de los medios de comunicación, sobre todo de muchos programas de televisión, de la droga y del alcohol que están circulando entre ellos desde edades cada vez más tempranas.

Hoy, el consumo de alcohol en los chicos comienza entre los 11 y los 12 años, cuando hace poco comenzaban a beber entre los 15 y los 16.

Para la licenciada en psicología Flavia Schlingmann, que practica la terapia cognitiva, conductual y sistémica, el manejo del problema de la violencia infantil tiene mucho que ver con el componente social: “La diferencia de clases sociales hace que la agresividad se maneje de manera diferente. Los padres con mayor poder adquisitivo respetan más la autoridad de las instituciones escolares, tienen más conciencia, saben lo que quieren para sus hijos y suelen consultar a los especialistas cuando aparecen estos problemas. Pero también en el seno de ese tipo de familias hay niños que consiguen armas. Los hijos de familias necesitadas no hacen sino copiar el modelo de los padres, y para éstos la responsabilidad es de los otros, no de ellos. No hacen una evaluación de la situación ni tienen demasiado respeto por la autoridad. Claro que las escuelas también presentan su déficit”, concluye.

Para el terapeuta inglés Peter Farrel, los padres y los profesores necesitan más ayuda, y por eso en el mundo entero ha crecido la demanda de psicólogos escolares.

En muchos casos, ante la desorientación, hay una especie de renuncia de los padres a educar a sus hijos . Parecería que se han invertido los papeles y que actualmente fueran los niños los que mandan, no los adultos.

Por otra parte, y en forma simultánea, también se da una degradación en la imagen de los maestros: la falta de respeto por la superioridad.

Toda esta violencia escolar nos habla de un colapso familiar, de un evidente colapso en la relación escuela-hogar. Pero también de un colapso social: todo vale, e infringir normas es cosa de todos los días.

Internet, los juegos electrónicos, las nuevas tecnologías y el consumismo no ayudan, sino que también son causas de este estado de cosas. El niño, gracias a la tecnología, tiene todo facilitado, y en demasía. Esto trae aparejada la ley del menor esfuerzo. Leíamos hace poco, en un artículo aparecido en La Vanguardia, que los alumnos no diferencian la violencia del juego.

El fenómeno existe en otras latitudes: en los Estados Unidos (recordemos la resonante película de Michael Moore Bowling for Colombine”), en Gran Bretaña, Alemania, Suecia, Noruega y Japón. En Francia hubo huelgas de docentes para protestar contra este tipo de brutalidad en las aulas.

A esta agresividad escolar la llaman “microviolencia” o schoolbullying, aunque los efectos son “macro”: se ha llegado hasta el crimen. Muchos de esos chicos violentos graban sus ataques y los exhiben luego por Internet o por celular, haciendo alarde de sus lamentables proezas.

¿Cómo entender esto? ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo disuadirlos de semejantes experimentos?

Obviamente, los niños son violentos porque toda nuestra sociedad incita a la violencia; porque nuestros gobernantes no hacen sino incentivar las divisiones, las antinomias, la lucha entre hermanos, los ataques físicos y morales.

En cuanto a los niños, quizás el comienzo de una solución esté en la prevención, en lograr que la escuela ofrezca igualdad de oportunidades para todos; en enseñarles a los chicos que primero están los deberes y después, los derechos; que haya una conducta de base en el hogar, para aleccionarlos con el ejemplo; programas para fortalecer la convivencia entre padres, profesores y alumnos; más gabinetes de psicopedagogos. Como dijo el psicólogo español Jesús Beltrán, sería prioritario dar “una educación de calidad, modelos de referencia, formación en valores y una conexión de la escuela con el mundo laboral”. Es fundamental orientarlos hacia caminos éticos, en los que rigen los principios y los ideales; mostrarles a los héroes actuales que encarnan estas virtudes en varios campos, desde el deporte hasta la ecología, desde la espiritualidad hasta la ciencia y el arte: un Daniel Barenboim, un Stephen Hawking, un Manu Ginóbili, una Rigoberta Menchú...

Y hacerles ver a los niños las dos caras de una misma moneda. Ayudarlos a comprender que si bien es cierto que hay un mundo agresivo, inescrupuloso, cruel, impune, corrupto, también hay otro, donde están la belleza, la alegría, la solidaridad, la integridad, la transparencia, la generosidad , los afectos, y que, siempre, aun en los momentos más difíciles, podemos elegir.

Alina Diaconú es autora de Preguntas con respuestas , Una mujer secreta y Poemas del silencio , entre otros libros.

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