DOLORES, 09.07.08.-
Escribo con rabia y sé que eso no se debe hacer. Escribo hoy, 9 de julio, día de la independencia y particularmente (no es un dato menor), feriado. Es decir, un día doblemente marcado por lo escolar: porque los actos patrios –más allá de los protocolos gubernativos en sus diversos niveles- son antes que nada y más que todo, actos escolares. Y también, porque no tengo que ir a la escuela y, por lo tanto, me puedo dar un espacio/tiempo para pensar un poco en la tarea, por eso de que ya se sabe que, mientras una está metido en el fárrago cotidiano, no ve mucho más allá de las narices. Y escribo una nota para un diario, porque me parece que en este tema que me da rabia, los periodistas tenemos también que replantear bastantes cosas. En definitiva, escribo con rabia porque soy docente y porque soy periodista. Para que la cosa quede clara, digamos.
Desde hace unos días venimos asistiendo al nuevo show televisivo: “Reventá un profesor y salí en tele”. Empezamos en Buenos Aires, seguimos por Temperley y terminaremos en Pampa del Coyuyo, pasando por toda la amplia geografía del país. Basta un celular con cámara y un canal de televisión ansioso por recibir lo que, con bastante hipocresía en muchos casos, llaman “la voz de la gente”. Asistimos a un nuevo sistema de talk show en los que son los estimados televidentes los que construyen la noticia, como un gracioso donativo de los grandes pooles multimediales de acercar los medios a la gente, ese apelativo resbaloso que tiene algo de fantasmal y mucho de demagógico. Se pretende transformar un sistema caracterizado fuertemente por la selección ideológica de lo que es o no es noticia en una web 2.0, donde la circulación de la información adquiere las características, con sus grandes ventajas y algunos peligros, de la construcción colaborativa del saber, que es algo muy diferente a los cinco minutos de fama, ya a esta altura no me acuerdo si de Warhol o Tinelli.
Los medios, a diferencia de la ilimitada red, trabajan con el principio de establecimiento de agenda (agenda setting, para decirlo en inglés, que es como se enuncian en nuestros días los conceptos importantes). Esto implica que, en el espacio/tiempo que cada uno de ellos dispone para la información resulta, en primer lugar, sumamente significativo qué se elige publicar/emitir y qué no, qué va y qué se descarta. Obviamente, esto es una operación ideológica, nada inocente. En un segundo paso, la distinción es sólo analítica, se selecciona qué enfoque –sesgo- darle a eso que se estableció “es noticia”. Cuando me enseñaron periodismo, me dijeron que en esto se ponía en juego toda la responsabilidad y la ética de un periodista, porque allí se apostaba a todo o nada eso que da sustento a un trabajador de prensa y a un medio: la credibilidad. Que, como la vergüenza, cuando se pierde jamás se vuelve a encontrar.
Trabajar con la “gente” como fuente es lo que hacemos todo el tiempo todos los periodistas. ¿Cómo podríamos, si no, llevar adelante nuestro trabajo? Pero, en función de lo dicho antes, es nuestro problema seleccionar, chequear, comparar fuentes: es decir, laburar la noticia. Avivar el cholulismo popular por salir en la tele no es más que una eficaz manera de usar la famosa frase “panen et circenses”, en su segunda parte. Mucho circo para cubrir lo importante.
Los profesores en peligro
Ahora, por dos videos que suenan a estudiantina feroz, nos hemos percatado que la de docente es una profesión de riesgo. Pero la perspectiva del tal riesgo no es la que, desde hace años, vienen denunciando las asociaciones gremiales, sino la del riesgo al ridículo. Del que, como se sabe, difícilmente se vuelva.
Las espantosas situaciones trasmitidas de las profesoras de la capital y de Temperley tienen tanto de blooper –género televisivo que crearon Los Tres Chiflados con guión, y que después se transformó en el gran show improvisado del “ríase de las desgracias ajenas”- que no permiten analizar seriamente lo que significan en realidad la violencia escolar y el malestar docente.
Si no provocan la risa –“¡qué vagos estos chicos!”-, provocan la lástima –“pobre profesora”- y cualquiera de estos dos sentimientos, agotados allí, sólo sirven para enmascarar la cuestión y anestesiar a la famosa “gente”, con respecto a lo que ya está instalada desde hace años -no desde que aparecieron los celulares con cámara y Youtube- como una de las problemáticas más graves que aparecen en la escuela argentina de hoy.
Hace 22 años que trabajo con adolescentes: veo todos los días los problemas que traen a la escuela, porque es el único lugar al que pueden traerlos. Veo circulares y recomendaciones ministeriales que hablan de contener a los alumnos pero veo muy poca preocupación de las mismas autoridades por contener a los docentes, que todos los días, repito, todos los días, debemos hacer frente a situaciones límites, que nunca son noticia, quizá por eso de lo reiterado.
La escuela es el último lugar que le ha quedado a esta Argentina deshilachada para recibir, conocer, dimensionar el grado de violencia que se genera y retroalimenta diariamente en la sociedad. Y los maestros le tenemos que poner el pecho a las balas del hambre, el maltrato, la insatisfacción, la desilusión, la crisis del conocimiento escolar, la falta de infraestructura, la burocracia que asfixia, y toda la lista de etcéteras que cualquiera que en realidad haya pisado un aula podría agregar.
Y cuando una mira esos videos, siente rabia, porque se pregunta quién ha estado ayudando a esas profesoras con sus evidentes dificultades cotidianas, quién las ayudará ahora que han quedado para la posteridad como peleles disponibles para la creatividad más perversa, quién recompondrá la relación potencialmente maravillosa entre profesor y alumno para esas docentes y sus chicos, y todos los demás docentes y chicos que lo miramos por televisión. Seguramente se reiterará la circular que prohíbe el uso de celulares en la escuela, y con eso se dará por zanjada la cuestión. Lo que no sale por tele, no existe.
Mientras tanto, se banaliza la violencia escolar que, gracias además a falta de responsabilidad de los medios, termina siendo nada más que “una jodita para Tinelli”.
Gabriela Urrutibehety
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