Excellere Consultora Educativa

Jiao Lian y el Secreto Milenario del Coaching - Tu Minuto de Coaching

Cuando tomé conciencia de que iba a ser papá de Rosario empecé a pensar en todas las cosas que podríamos hacer juntos a medida que ella fuera creciendo y yo aprendiendo a ser su padre.

Eran tantas las ideas que decidí armar una lista para asegurarme de acordármelas a todas. Andar a caballo, remontar barriletes, componer canciones o descubrir la luna; pero entre todas ellas hubo una que me cautivó poderosamente: plantar y cuidar un árbol. Al principio pensé en plantarlo juntos, pero como para eso todavía faltarían algunos años decidí que podía plantarlo yo y, de esa manera, el árbol tendría casi la misma edad que ella. Como si se tratara de su hermano mellizo.
-¿Pero qué árbol? –me pregunté mientras agarraba las llaves de casa y salía en dirección al vivero de la otra cuadra.
-¡Un Ombú! –dije pensando en los buenos momentos que había pasado jugando entre las raíces gigantescas del que aún hoy sigue creciendo frente a la casa de mis padres. Pero, al llegar al vivero, me enteré de que no tenían Ombúes. O sí, pero no quería ni pensar en lo que me había contestado el empleado del lugar.
¿Un Ombú Bonsai? ¡Ni loco! Eso era exactamente lo opuesto al ser frondoso, de raíces inmensas y capaz de resistir todos los vientos, que yo había imaginado.

Volví a casa un poco desilusionado con mi intento fallido, y decidí ponerme a investigar sobre éstos árboles. Lo primero que me enteré fue que, técnicamente, el Ombú no es un árbol, porque los científicos lo han etiquetado como hierba. Reconozco que la clasificación me molestó un poco porque, si se trata de un pasto, hay que reconocerle que se ha ganado la reputación pública de árbol.
Los días que siguieron entré en todos los viveros que conocía y también en los que cruzaba por casualidad, pero ninguno tenía Ombúes. El tema quedó olvidado en el cajón de los intentos hasta que un día me dí cuenta de que Rosario ya estaba en su octavo mes y llegaría al mundo en cuestión de semanas. Si quería que tuviera a su árbol mellizo tenía que hacer algo y rápido.

Como no sabía por donde empezar decidí volver al vivero de mi zona para pedir que me indicaran dónde podía conseguir uno, aunque ya estaba empezando a pensar en comprar cualquier otra planta.
Me atendió el mismo empleado, dijo que no tenía idea de dónde podía encontrar mi Ombú y me dí cuenta de que no se acordaba de mí cuando volvió a ofrecerme un Bonsai. Me quedé en silencio, con la mirada perdida entre las plantas, deseando que me hubiera contestado alguna otra cosa.
-¿Lo puedo ayudar en algo más?- interrumpió él.
-Sí –contesté- ¿Qué cuidados necesita un Bonsai?- Todavía no sé por qué pregunté eso. La sola idea de los pobres arbolitos atrofiados a propósito me generaba rechazo.
-Hay que humedecerle la tierra cada vez que se seca, podarle las hojas nuevas e irle dando forma con este armazón –contestó señalando un Olmo que tenía hojas diminutas y escasas ramitas atrapadas entre alambres.
-Además –dijo tomando entre sus manos al que tenía el cartelito de Ombú y acomodándolo en una estantería más alta- una vez por año hay que podarle las raíces, pero eso es mejor que lo haga un especialista. De pronto imaginé al Ombú comprado por una señora que lo colocaba en una habitación oscura, sobre el televisor o como centro de mesa, a modo de adorno para cuando vinieran visitas. Pude sentir cómo sus intentos por crecer bajo una luz artificial eran interrumpidos sistemáticamente en cada nueva hoja y cómo, sin ninguna consideración, una vez por año removían la tierra para quitarle sus raíces.
-¿Y si no se podaran las raíces qué pasaría? –creo que pregunté en nombre del Ombú.
-Corre peligro de que se desarrolle –me contestó.
-¿Cuánto?
-Y… en unos años se puede hacer como de este tamaño –dijo señalándose la cintura.
-¿Nada más? –dije con desilusión.
-Y no, porque para eso está la maceta que le atrofia la raíz…
-¿Y si lo pongo en una maceta más grande? –volví a preguntar yo, que ya estaba sufriendo más que el arbolito.
-Entonces va a crecer más.
-¿Cuánto más?
-Eso depende del tamaño de la maceta –contestó.
-¿Y si lo trasplanto y lo coloco en un jardín o en el medio del campo?
-Ahí se le puede convertir en un árbol gigantesco.
-¿Seguro?
-Claro –dijo riéndose por mi sorpresa- la gente cree que los Bonsai son un tipo especial de árbol o que están genéticamente modificados para ser enanos, pero no es así.
-¿No? –pregunté entusiasmado con la posibilidad de rescatarlo de semejante destino.
-No. Cualquier árbol o arbusto puede ser convertido en un Bonsai si se lo coloca en una maceta suficientemente pequeña y, entre otras cosas, se lo poda con regularidad.
-Mire –le dije- me convenció. Lo voy llevar –un gesto de sorpresa casi imperceptible de su rostro me hizo reír pensando que el tipo se estaría preguntando de qué me había convencido y para qué compraba yo un Bonsai si lo que quería era un árbol enorme.
Cuando llegué a casa quité con cuidado los alambres, lo trasplanté a una maceta tres veces más grande con fertilizante, le mojé las hojas, y lo coloqué en el balcón de mi habitación.

Con el tiempo, Rosario, aprendió a regarlo y cuidarlo para que creciera fuerte y sano y cuando ambos cumplieron tres años decidimos pasar el Bonsai de la maceta al campo. A esa altura yo ya había aprendido que, en chino, Bonsai significa árbol en maceta y pensé que era hora de dejar de apodarlo Bonsai para que tuviera un nombre acorde con el árbol que bullía dentro de él. Creí que iba a ser sencillo, pero ningún nombre me convencía. Quizá porque quería uno que sintetizara todo lo que, ahora, ese Ombú significaba para mí.

Había ido con Rosario a visitarlo al campo y mientras disfrutaba viéndola limpiarle las ramas nuevas y jugar alrededor de las prometedoras raíces resultado de su transformación, pude sentir cómo ése Ombú me había inspirado a mirarlo siempre con ojos de posibilidad y a tratarlo en cada minuto como al árbol que yo sentía que él quería ser. Eso era exactamente lo mismo que otros maestros y coaches habían hecho en relación conmigo; lo que seguramente sus maestros hicieron con ellos y lo que probablemente hizo el primer maestro con el primer aprendiz de todos los tiempos: Ser posibilidad para que aparezca una nueva realidad. Es lo que también yo invito a empresarios y gerentes a hacer consigo mismos y con sus equipos.

Junto a ese árbol se había despertado lo mejor de mí, y entonces comprendí que él era Jiao Lian, que en chino quiere decir coach; y que para mí significa: jardinero de posibilidades; partero de realidades.

Tu Minuto de Coaching

Somos pura posibilidad, pero nunca podremos crecer más allá del espacio de relación que hayamos creado con otros y con nosotros. Por eso, en este minuto presente, te invito a preguntarte ¿Estoy dispuesto a triunfar pidiendo ayuda o sólo voy a sentir que tiene mérito si lo hago sólo? Y ¿Es posible hacer algo completamente sólo? Para nacer hemos necesitado que alguien apostara por nuestra posibilidad.
¿Cómo serían tu vida y tu empresa si fueras capaz de renacer y reinventarte cada día?

Me encantaría que me cuentes qué te disparó esta historia.
Gracias,
Guillermo Echevarría
Leer otros Minutos de Coaching

*Este artículo forma parte del libro Tu Minuto de Coaching. Tu Minuto de Coaching es una marca registrada.

Visitas: 76

Responde a esto

Respuestas a esta discusión

El crecimiento personal como el del árbol, puede mutarse y mutilarse como en los bonsai, preferiría dejarlo crecer de manera natural y desarrollar algunos factores que puede ayudar, construidos por alguien a quien no recuerdo pero que pueden ser significativos:
- Basar la autoestima de los niños en la habilidad de aprender y no en lograr siempre los resultados que queremos, ya que esto último no depende solo de nosotros.
-Dedicar tiempo a reflexionar sobre qué cosas podemos mejorar y cómo hacerlo.
- Evaluar los resultados que conseguimos, incluyendo la calidad de las interacciones que mantenemos y el vivel de bienestar que experimentamos.
-No defendernos y buscar entender a quienes nos muestran formas distintas a la propia, para hacer las cosas mejor.
- Dialogar sobre los errores con foco en mejorar el futuro, en vez de focalizarnos en el pasado.
- Asumir responsabilidad incondicional frente a cualquier circunstancia y especialmente ante el error y meternos con nosotros mismos, sin buscar culpables allí afuera.
- Reconocer con humildad los límites de las propias formas de ver las cosas.
- Tener clara una meta superadora, mantenerla presente y comprometerse en su consecución.
- Pedir ayuda y aceptar ayuda.
- Chequear si nuestras maneras actuales de pensar y observar lo que sucede, están contribuyendo a las dificultades que tenemos para mejorar.
- Crear una red o grupo confiable de respaldo y aprendizaje, y unirse con frecuencia.
- Prestar atención a la emicionalidad, esforzándose por mantener la coherencia entre el comportamiento y los valores.
- No desperdiciar energía peleándose con lo que pasa, cuando lo que pasa no coincide con lo que queremos que pase, y perseguir lo que queremos sin resignarse ni rendirse.
Excelente aporte, Víctor!
Cada punto es fundamental para niños y adultos que quieran vivir creciendo y no sólo sobrevivir insistiendo.
Gracias,
Guillermo Echevarría

RSS

Miembros

Seguí a Excellere en estos sitios:

 

Videos

  • Agregar videos
  • Ver todos

Fotos

  • Agregar fotos
  • Ver todos

Excellere brinda desde 2008: Servicios gratuitos para docentes. Asesoramiento y materiales para la mejora de la calidad educativa.

© 2024   Creado por Natalia Gil de Fainschtein.   Tecnología de

Insignias  |  Informar un problema  |  Términos de servicio