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Cuando su hijo es el “matón de la clase”. Por Isaías Sharon Jirikils

La mayoría de los padres se resiste a creerlo. “Es cosa de niños”, dicen tratando de justificar a sus hijos. Ahí radica, según los especialistas, buena parte del problema. Porque para que el matonaje salga de las aulas, no basta que actúen las víctimas y el colegio.

“Este niño está sufriendo porque su hijo y otros lo están molestando”, les dijo la orientadora. Hacia ya varios meses que la conducta de Juan (11 años) preocupaba a los profesores de sexto básico, en un colegio de Ñuñoa. Por alguna razón se había ensañado con un compañero de curso. Le arrojaba pelotazos directo al cuerpo cuando el niño menos lo esperaba, lo insultaba hasta dejarlo llorando, lo llamaba “cuico-flaite”, lo amenazaba para que no lo delatara. Pero la cara de incredulidad y disgusto de los padres de Juan iba creciendo a medida que avanzaba el relato de la profesora. Hasta que la interrumpieron con su respuesta: “Quizás qué problema tenga ese niño en su casa, porque nuestro hijo no es así”. Eso fue todo. Se levantaron y se retiraron de la reunión.

Con el tiempo, la conducta del menor mejoró, gracias a una intervención directa de profesionales del colegio. Porque los padres de Juan se negaron a volver a tocar el tema y los profesores ni siquiera supieron si ellos habían hablado con el niño. “En los casos de bullying, los padres de los victimarios suelen ponerse a la defensiva. Son muy pocos los que reaccionan adecuadamente”, comenta la orientadora del colegio.

Un estudio que realiza el Ministerio de Educación muestra que el 30% de los alumnos de quinto básico es víctima de bullying y que, entre séptimo y octavo básicos, estas situaciones alcanzan las cifras máximas. Las mismas autoridades dieron a conocer esta semana el número de denuncias que recibe su línea 600: los casos de agresiones aumentaron 77% entre 2008 y 2009. El fenómeno ya está instalado en las aulas y cada cierto tiempo, vuelve a acaparar la atención pública con casos de violencia inusitada, como el ocurrido hace poco más de una semana en un establecimiento de La Florida, donde un pequeño de siete años fue empujado por otros niños hacia un ventanal. Resultó con heridas de gravedad en ambos brazos.

Los especialistas concuerdan en que los colegios deben adoptar una actitud más enérgica y decidida frente al tema, estar vigilantes y contar con programas de prevención. Pero también tienen claro que la forma en que actúan los padres de los agresores es fundamental. “La negación en la que acostumbran caer es un factor relevante para que el bullying siga creciendo. Este ciclo continuará mientras no lo acepten. Tendremos cientos de víctimas más y creo que podemos culpar, con justicia, a los padres de los agresores por no colaborar en frenar esto”, dice a La Tercera Michele Elliott, sicóloga inglesa y autora del libro Intimidación, uno de los textos más completos sobre el tema.

COSA DE NIÑOS


Un recorrido por varios colegios de diferentes sectores de Santiago deja en evidencia la situación: en la mayoría reconocieron haber experimentado casos de bullying en el último tiempo, pero también relataron cómo los padres de los agresores se resisten a creerlo y surgen las justificaciones que sólo dificultan solucionar el problema. Frases como “son cosas de niños”, “sí, ya sé que es un poco agresivo, pero un poco”, “mi hijo me asegura que no fue tan así” o “¡no es para tanto!”, abundan en la boca de estos papás. Después de algunas reuniones, algunos terminan por aceptarlo, otros se mantienen incrédulos.

Fue el caso de los padres de Andrés. Eran citados cada dos o tres meses por la dirección del colegio, un establecimiento particular en Las Condes. El niño había comenzado con patadas e insultos hacia otros menores en séptimo básico. Durante la primera reunión, reconocieron que su hijo era “algo agresivo” y se comprometieron a hablar con él, pero insistieron en que sólo eran “cosas de preadolescentes, que pronto pasarían”. No fue así. Andrés continuó con sus malos tratos hacia algunos de sus compañeros, con sus amenazas de “te espero a la salida”, mientras su hoja de vida se llenaba con anotaciones negativas. Según recuerda el orientador del colegio, después de un tiempo la madre aceptó la situación, pero el padre se resistía, lo que hacía que el niño se sintiera respaldado en su comportamiento.

El episodio más grave se registró a finales de octavo básico. Un día, Andrés engañó a una de sus víctimas habituales para que fuera solo al estacionamiento del colegio. Ahí, se lanzó sobre él con golpes de patadas y puños. Sus padres fueron citados nuevamente, pero esta vez era para comunicarles que el muchacho sería expulsado. Recién en ese momento, el padre de Andrés reconoció -aunque a regañadientes- que el niño tenía problemas.

¿QUÉ HE HECHO MAL?


Aceptar que un hijo puede ser el responsable del sufrimiento de otro niño no es fácil para ningún padre. “El dolor tiende a evitarse siempre”, dicen los especialistas, y estos casos no son la excepción.

Lo primero que cualquier padre debe asumir es que su hijo jamás se comportará igual en la casa que en el colegio. Por lo que todo es posible. “Los niños despliegan diferentes conductas en distintos momentos, porque las conductas son funcionales. Por ejemplo, la agresión en los colegios tiene mucho que ver con el estatus social y con ocupar cierta posición de poder, lo cual en la casa no tiene ningún sentido”, dice el sicólogo de la U. Alberto Hurtado, Christian Berger. De hecho, los victimarios no evidencian cambios conductuales que llamen la atención, como sí ocurre con las víctimas.

Luego, dicen los expertos, es incluso más fácil para los padres asumir que sus hijos son víctimas que victimarios. “Culturalmente, es mucho más sencillo asumir el rol de víctimas. Es doloroso para un padre que su hijo sea agredido, pero lo acepta con mayor facilidad porque somos un país de victimizados”, dice María Isabel Toledo, antropóloga de la U. Diego Portales. Es decir, siempre es mejor sentir que la culpa es de otro. Y negar la agresividad en un hijo es una forma de sentirse “menos culpables”. Porque, según explica Berger, los padres de los agresores suelen ser estigmatizados. Pero lo segundo que nunca deben olvidar es que, muchas veces, ellos no han hecho las cosas mal. “Normalmente, se le echa la culpa a la familia, y en algunos casos puede ser muy determinante, pero en la violencia escolar son muchas más las variables involucradas”, dice Berger.

Eso sí, una cosa es segura: si los padres de los agresores aceptan colaborar con el colegio, es muy probable que la situación se solucione. Como en el caso de Paula. Cuando supo que su hija agredió a una compañera, luego del llamado de la otra mamá, actuó de inmediato: la castigó por un mes y la llevó a la casa de la víctima para que se disculpara. Eso fue suficiente.

Si usted tiene la sospecha de que su hijo puede ser el “matón de la clase”, estas son algunas recomendaciones: pregúntele a su hijo si usa apodos para referirse a otros compañeros (el tenor de ellos le dará una idea), que le cuente el tipo de juegos que tiene, verifique si llega a la casa con artículos o juguetes que no son suyos y, sobre todo, converse con otros padres del curso.

El testimonio de una madre


“Es cómodo creer que los agresores siempre son alguien más, niños de familias disfuncionales o con muchas cosas en contra. La verdad es que muchos niños tienen el potencial para ser el matón, incluso mi querido hijo. Y para un padre, ese puede ser un descubrimiento bastante devastador. Me tomó por sorpresa. Mi hijo nunca fue muy dado a compartir sus vivencias en el colegio. Así que cuando recibí una llamada telefónica de un padre que me dijo: ‘¡Esta conducta tiene que parar!’, me sentí consternada. ¿Mi hijo? Seguramente era un error. Era un niño brillante, que tenía una familia feliz con sus dos padres y muchos amigos.

¿Cómo podría lidiar con la situación? No podía estar en la escuela cuando ocurrían los incidentes y sin importar cuánto hablara con mi hijo o cuánto razonara con él o incluso le rogara, a él no parecía importarle lo que estaba ocurriendo. Desde una perspectiva adulta, puedo ver que sus incentivos eran pocos. Si eres víctima, necesitas desesperadamente cambiar las cosas. Pero si eres el matón, tienes el poder y para un niño de nueve años eso puede sentirse muy bien.

La víctima lloraba todas las mañanas y pedía no ir a la escuela, mientras mi hijo asistía con total alegría. Nada de lo que intenté parecía funcionar. Pregunté: ‘¿Al otro niño le gustaría venir a almorzar?’, creyendo que ayudaría. No quiso. ¿Quién en su sano juicio lo haría? Todo el episodio duró casi nueve largos meses. Al final, la paciencia y la comprensión rindieron frutos. Se necesitó de una sociedad tripartita entre la escuela, los otros padres y yo. En un esfuerzo supremo de autocontrol, mi esposo y yo nunca le gritamos a nuestro hijo ni lo culpamos. Sólo tratamos de hacerle ver el efecto que estaba teniendo su conducta.

Durante todo este período, visitaba el colegio convencida de que los otros padres me odiaban, que pensaban que nuestro hogar ocultaba vergonzosos secretos, que era una madre atroz. Creo que he aprendido de la experiencia. La lección más importante es admitir y aceptar responsabilidad. Mis hijos son queridos, pero no son perfectos. Escuché a unos amigos que discutían sobre el difícil momento que pasaba su hijo en el colegio porque lo estaban molestando. ‘En realidad’, me confió alguien, ‘es su hijo el que está haciendo bullying. Pero intenta convencerlos de lo contrario’.

Entiendo su renuencia a creerlo. Pero enfrentémoslo; no son sólo las víctimas las que tienen que hablar sobre el tema. La única forma de erradicar el bullying es que los culpables y sus padres levanten la mano”.

Copyright ©2006-2010 Isaías Sharon Jirikils

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Comentario de MARIA FERNANDA el abril 26, 2010 a las 6:29pm
MUY BUEN ARTICULO, COMO DOCENTE ES MUY IMPORTANTE QUE LOS PADRES ACEPTEN QUE SUS HIJOS TIENEN UN PROBLEMA PORQUE ASI SERÁ MÁS FÁCIL PARA ELLOS Y PARA NOSOTROS AYUDAR A SU HIJO.

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