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La escuela es un lugar donde conviven durante varias horas por día, muchos meses por año, durante muchos años, decenas de niños, jóvenes y adultos. ¿Hace falta más para mostrar que es un escenario privilegiado para que en él se dramaticen todo tipo de conflictos, originados o no entre sus paredes? En realidad, uno podría preguntarse por qué, en este contexto social, no hay más violencia en las escuelas. ¿Por qué miles de escuelas abren sus puertas día tras día, realizan mal o bien su tarea, y luego las cierran sin que en su interior se haya producido ningún hecho lamentable? ¿No sería interesante investigar cuánto de verdad hay en la afirmación de que la escuela es un lugar particularmente violento, discriminador o abusivo, en comparación con los demás escenarios de la vida social? Quizá se les podría preguntar a los padres de niños y adolescentes dónde prefieren que estén sus hijos si no están con ellos. ¿En una disco, en un viaje de egresados, en una cancha, montados en una moto esquivando el tránsito?

Estoy convencido de que la escuela está claramente por debajo del promedio social en cuanto a estadísticas de violencia de diverso tipo entre las personas. Pero también lo estoy de que se encuentra fuertemente exigida para dar respuesta a cuestiones muy complejas como sexualidad, drogas, resolución no violenta de conflictos, para lo cual no está adecuadamente preparada ni sostenida, sobre todo porque debe asumir roles que le son delegados casi masivamente por otras instancias o instituciones, como la familia, que muchas veces - aún a su pesar - desertan de sus responsabilidades.
Por ejemplo, los docentes y directivos, las normativas, las autoridades municipales o nacionales, los reglamentos, etc. no están en condiciones de asumir hechos como la portación de armas por parte de un alumno en una escuela. A nivel estrictamente educativo-institucional, no se sabe qué hacer. Y ese no saber, con la incertidumbre y el miedo que generan, suelen realimentar el problema en lugar de resolverlo. Faltan resortes normativos pensados para estas circunstancias históricas y falta entrenamiento de los docentes para poder dar respuestas que sean tales y no meras reacciones impulsivas movidas por la confusión o el miedo.
Es cierto que también podemos hablar de causas internas de violencia en la escuela: regímenes disciplinarios anacrónicos o falazmente "modernistas", que reprimen sin comprender o confunden dar libertad con "dejar librado". Docentes que, abrumados de trabajo, maltratados, desalentados, transmiten eso a sus alumnos, o los ignoran, encapsulados un una propuesta didáctica formalista y muchas veces poco significativa. Pero, ojo: ningún chico va con un revólver a la escuela porque se aburre en matemática. Y si un chico agrede a un profesor (como ha sucedido) alegando causas estrictamente escolares, es porque: o no son esas las verdaderas causas o al docente y a toda la escuela se les pasaron de largo seguramente una serie de indicadores de que esto podía suceder. Por ejemplo, y para tomar un caso reciente, las persistentes burlas de un grupo de alumnos a un compañero, cosa que, por lo que decíamos antes, los docentes no están preparados para considerar conductas de riesgo, especialmente entre adolescentes. También debemos decir que muchos docentes se resisten a querer saber qué hacer, porque consideran que esa tarea no les corresponde, con lo que el círculo vicioso se cierra más aún.

Los seres humanos hemos tenido siempre problemas con la violencia, como lo atestiguan, por ejemplo, nuestras primeras narraciones míticas: el Génesis y la Ilíada: prohibiciones, desobediencias, traiciones, castigos, expulsiones, fratricidios, secuestros, guerras, engaños, etc. etc. El problema se magnifica cuando los mecanismos habituales para controlar la violencia en un grupo social, se desactualizan demasiado rápido, en relación con la dinámica social. Y esto es lo que está pasando. En la escuela y fuera de ella. Estuvimos discutiendo durante meses el Código de Convivencia o la Ley de Salud Reproductiva (seguramente debido a las dificultades para armonizar criterios en cuestiones tan complejas), y mientras tanto miles de personas (con uniforme o sin él) se atacaban mutuamente en los barrios y centenares de chicas de 15 o 16 años quedaban embarazadas en condiciones totalmente inconvenientes en todos los rincones del país.
Creo que pese a todo, las escuelas y los colegios tienen aún la oportunidad - más que ningún otro sitio - de realizar un trabajo formativo y preventivo, de generar una cultura del cuidado, o al menos de mostrarles a los chicos que hay otras alternativas posibles a la violencia y a la destrucción. Pero tienen que querer hacerlo y el poder político tiene la responsabilidad de lograr que puedan hacerlo.

Fuente: depsicoterapias.com


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Comentario de Yami Moto Noka Mina el julio 4, 2010 a las 7:22pm
Cada vez me doy mas cuenta, que las sociedades en su incapacidad de resolver los problemas que plantean los hijos y su crianza, entonces se culpa a la escuela y particularmente a los profesores, de las incapacidades y la irresponsabilidad que han manifestado en este sentido.
Que los docentes no están preparados para esto o para lo otro se ha convertido ya en una muletilla de la opinión pública y de las autoridasdes en general.
Al rol del docente se le ha impuesto que se conviertan en; Niñera, asistente social, sicólogo, pediatra,prevensor de esto y aquelloEtc. impidiéndole realizar su labor de docente.
El desarrollo socio afectivo moral del niño se debe intensificar desde el momento de su gestación hasta el día en que ingresa a la escuela, así cuando se integre al trabajo con los desconocidos que encontrará en el colegio no lo afectarán, pues trae su carga afectiva y el amor de sus padres en abundancia con lo que podrá tratar a los demás con afecto respeto cordialidad y cariño.
Sin embargo como esto cada día es menos frecuente, los niños llegan al colegio con deprivación afectiva y descargan su carencia contra sus compañeros. Entonces resulta muy fácil culpar a la escuela del desastre que provocan estas actitudes en las intituciones educativas.
Esta es una pequeña reflección que quiero compartir con Ud. y solicitar un poco más de rerspeto por la labor docente

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