Excellere Consultora Educativa

Para tener una idea clara de la educación, leo muchos libros y procuro

moverme en contextos que, en principio, parece que nada tienen que ver con la educación. Lo hago porque temo que los docentes podamos caer en una especie de autismo funcional, y nos desconectemos de parte de la realidad. Desde hace años, investigo sobre lo que llamo “inteligencia de las organizaciones”, es decir, sobre aquellos fenómenos –ascendentes o descendentes- que emergen de la interacción de inteligencias individuales. Comencé a hacerlo porque me interesaban dos problemas: las relaciones de pareja, y el funcionamiento de los centros escolares. En ambos casos, personas tal vez muy inteligentes, pueden mantener relaciones empequeñecedoras. Mis investigaciones interesaron poco al mundo educativo, pero, en cambio, interesaron mucho al mundo de la empresa, muy preocupada por convertir sus negocios en “organizaciones inteligentes”, por lo que tengo relación con el gremio de los expertos en management. ¿Tienen algo que enseñarme como profesor?

 

Uno de los gurús del management más conocido es Stephen Covey, desde que publicó en 1989 un libro titulado Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, del que se han vendido 20 millones de ejemplares. Aunque estaba dirigido al mundo de la empresa, más de medio millón de educadores americanos se han formado con él.

 

Recientemente Covey ha publicado otro libro dedicado a los colegios que educan bien en muchos países: El líder interior. “En estos colegios –escribe- está sucediendo algo que considero más importante que cualquiera de sus resultados académicos. Los alumnos que estudian en ellos salen dotados con una especie de grandeza”. De hecho, el subtítulo del libro es “Cómo transmitir e inspirar los valores que conducen a la grandeza”. En el hall de uno de estos centros de primaria está escrito: “We honor The Greatness In You”. A nosotros, hijos de una cultura vieja y desconfiada, esto nos parece ingenuo, superficial y rozando lo ridículo. ¿Estamos seguros de que lo es?

 

Todos conocemos el efecto Pygmalión, la influencia que ejercen en nuestros alumnos las expectativas que tenemos sobre ellos. Y si pensamos que son vulgares, hay muchas posibilidades de que acaben siéndolo. ¿Por qué nos da vergüenza hablar de grandeza, cuando todos desearíamos vivir una vida noble, que nos liberara de la insignificancia, es decir, de la falta de significado de lo que hacemos? William Damon, uno de los más reputados psicólogos del desarrollo, director del Centro de estudios sobre adolescencia, de la Universidad de Stanford, en su libro Greater Expectations estudia la importancia de proponer y exigir a nuestros alumnos más altas expectativas, formas de vida excelentes. Es cierto que estamos anegados por una epidemia de vulgaridad. Pero los educadores no podemos olvidar que hay un modo de vida noble y un modo de vida vulgar. El noble reconoce la excelencia, la admira e intenta realizarla.

El vulgar no cree que exista esa excelencia, no admira a nada ni a nadie, piensa que todos somos iguales en todo, y está muy contento de ser como es. El noble, decía Ortega, se exige siempre más. El vulgar, en cambio, puede decir una frase que es el compendio de la vulgaridad: “No me arrepiento de nada”. Esta vulgaridad ensoberbecida me parece peligrosa, porque con frecuencia se alardea de ella como si fuera el ideal democrático. Es verdad que la democracia se basa en la igualdad de las personas, pero sólo respecto de sus derechos fundamentales. En todo lo demás, una democracia rigurosa debe ensalzar la calidad, el mérito, el esfuerzo, la generosidad, la distinción.

 

Hay dos ideas de la democracia, que derivan de dos tradiciones, la inglesa y la francesa. La revolución francesa consideró que había que abolir la aristocracia, porque todos somos pueblo. La inglesa consideraba que todos somos aristócratas, y debíamos ser tratado como tales y comportarnos como tales. Esta me parece la democracia valiosa, que es un modo noble y exigente de vida. ¿No se basa acaso en la dignidad de todos los seres humanos?

 

“Dignidad” era un título de nobleza, que confería derechos y exigía un comportamiento adecuado. La gran creación ética fue reconocérsela a todos los humanos. La dignidad es lo contrario de la vulgaridad, porque es reconocimiento y reclamación de calidad. Los sentimientos adecuados a ella son el respeto y la admiración. Respeto por todos, y admiración por los mejores, por los “aristós”, decían los griegos. La admiración es el sentimiento con el que reconocemos la grandeza. Una sociedad que no admira, o que admira mal, es decir, a personas que no lo merecen, sufre un encanallamiento que empequeñece su vida.

 

La educación debe ser el dique contra la vulgaridad, pero para conseguirlo, los docentes debemos creer en la grandeza, en la nobleza, en la excelencia, en la bondad como forma de vida.

Aunque, como dijo Machado: ¡Qué difícil es no caer cuando todo cae!

 

Fuente. www.lanuevafrontera.aprenderapensar.net


Artículo publicado originalmente en la revista Escuela

José Antonio Marina es catedrático de Instituto, filósofo y ensayista. Ha centrado su labor investigadora en el estudio de la inteligencia. Es autor, entre otros muchos ensayos, de Elogio y refutación del ingenio (Premio Anagrama de Ensayo y Premio Nacional de Ensayo ), Teoría de la inteligencia creadora, Ética para náufragos, La inteligencia fracasada y Por qué soy cristiano. Es colaborador habitual en prensa, radio y televisión. Actualmente se encuentra comprometido con los proyectos Movilización Educativa y la Universidad de Padres, que tienen por fin enfrentar los retos educativos del presente.

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Comentario de Wilman Hernán Campoverde Gonzaga el abril 4, 2011 a las 3:24pm
Felicitaciones, me gusta el artículo, lo he leídop y pienso que abarca situaciones reales e importantes.
Comentario de Wilman Hernán Campoverde Gonzaga el abril 4, 2011 a las 3:24pm
Felicitaciones, me gusta el artículo, lo he leídop y pienso que abarca situaciones reales e importantes.
Comentario de Silvia Cristina Zini el abril 3, 2011 a las 8:56pm
¡Excelente artículo! Es inspirador leer sus palabras, muchas gracias.

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