fracaso_escolar (3)

Empecemos el año escolar con nuevas estrategias.

 

Estimados colegas: les acerco un material que me parece excelente por las reflexiones que aporta sobre el rol del docente frente al fracaso escolar y sugiere interesantes y estrategias totalmente alicables no sólo para evitar el fracaso sino para  optimizar el aprendizaje de nuestros alumnos.

 

               


 A este material le sumo una selección de propuestas sobre el uso de las TIC que también aportan buenas ideas para entender porqué hay que incluirlas en el aula.  

 

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Recetas para acabar con el 50% del fracaso escolar (1): pon exámenes más fáciles

Está claro que estamos haciendo las cosas mal. Un 30% “crónico” (desde siempre) de fracaso escolar “reconocido” al final de la etapa de enseñanza obligatoria debería ser algo INACEPTABLE para los docentes, para los pedagogos, para los políticos…

Evidentemente las soluciones no son fáciles, pero a partir de las investigaciones que estamos realizando desde el grupo “Didáctica y Multimedia” (DIM-UAB) de la Universidad Autónoma de Barcelona hemos identificado algunas “recetas” que pueden ayudarnos a reducir significativamente este problema. Algunas de ellas requieren el apoyo de los nuevos instrumentos tecnológicos (TIC).

Ahí va la primera “receta”. Agradeceré comentarios críticos y el contacto de profesores que quieran unirse a nuestras investigaciones experimentando estas “recetas” con sus alumnos y proporcionando luego sus valoraciones.

¿Quieres reducir el fracaso escolar? Pues haz que los exámenes sean más fáciles.

Estaremos de acuerdo en que si hacemos que los exámenes les resulten más fáciles a los estudiantes, aprobarán más alumnos. ¿Verdad?

Pues se trata de hacer esto. Pero de una manera en la que además TODOS los estudiantes aprendan más y adquieran los conocimientos y competencias que la sociedad actual exige a sus ciudadanos. ¿Cómo? Veamos…

El origen del problema.

Actualmente, y aún cuando se van introduciendo sistemas de evaluación continua, la mayor parte de las actividades que configuran las notas de nuestros estudiantes proceden de exámenes memorísticos. De manera que los alumnos que no tienen buena memoria o no tienen técnicas de estudio, hábitos de concentración o la voluntad para pararse a memorizar, quedan prácticamente suspendidos.

Y así desde Primaria, poco a poco, estos alumnos se van frustrando y se van marginando más y más del sistema escolar. Muchos pasarán a ser abiertamente “alumnos problema” al llegar a la adolescencia en la ESO.

La propuesta: reduzcamos al 50% los exámenes memorísticos.

¿Por qué no dejamos que los alumnos hagan ALGUNOS de los exámenes con una “chuleta”? O, en su caso con sus los apuntes, con el libro de texto o con acceso a determinados contenidos de Internet.

Para resolver problemas más complejos de física o matemáticas podemos dejarles las fórmulas; para hacer comentarios de textos literarios podemos dejarles los apuntes sobre métrica, rima y figuras estilísticas; para comparar la sociedad de la Alta Edad Media con la del Renacimiento tal vez podemos dejarles consultar el libro de texto…

… Así podremos ver si el alumno sabe resolver problemas, si sabe hacer bien comentarios de textos literarios o si sabe confrontar y comentar las diferencias entre sociedades. Y… ¿verdad que reprobarían menos?

Claro que con estos exámenes con acceso a información no sabremos si el alumno sabe de memoria las fórmulas, las figuras estilísticas o todas las características del renacimiento… Solamente sabemos si sabe resolver problemas, si comenta bien los textos… Pero no hay problema.

También seguiremos haciendo exámenes memorísticos

Cuando queramos evaluar la capacidad de memoria de estudiantes y conocer en qué medida han memorizado las fórmulas de física, les pondremos un examen de memoria de fórmulas de física, “sin chuleta”. Y ya está.

No estamos abogando por el abandono de la actividad memorística. Las personas necesitamos saber cosas de memoria, empezando por tener un amplio vocabulario con el que expresarnos al hablar o escribir. Aunque tengamos toda la información del mundo al alcance desde nuestro móvil, con Google…, necesitamos conocer muchos conceptos y hechos de referencia para poder comunicarnos con agilidad y hasta para poder buscar en Internet la información que necesitemos en cada momento.

De la misma manera que, aunque tengamos calculadoras para realizar cálculos complejos, necesitamos buenas competencias de cálculo mental con operaciones simples. De la misma manera que, aunque trabajemos con editores de texto y correctores ortográficos, necesitamos saber escribir con letra legible y sin faltas de ortografía.

En definitiva nuestra propuesta es…

En definitiva, nuestra propuesta es que antes de preparar un examen tengamos bien claro lo que pretendemos medir y no mezclemos en un mismo examen las “preguntas de memoria” con otras actividades cognitivas que ya diferenció Benjamin Bloom a mediados del siglo XX: comprender, analizar, sintetizar, aplicar, valorar…

De esta manera, si ponemos 2 exámenes (uno de “fórmulas sin chuleta” y otro de problemas “con chuleta”) el alumno que no ha memorizado las fórmulas suspenderá el examen de fórmulas, pero quizás aprobará el examen de problemas. Así evitaremos que los alumnos que no recuerden las fórmulas queden automáticamente suspendidos, sin opción a demostrar si saben analizar, razonar y solucionar los problemas. Y de esta manera muchos alumnos hiperactivos, poco dados a concentrarse y memorizar pero que comprenden bien las cosas, disponiendo de las fórmulas podrán resolver los problemas y aprobar los exámenes.

Por lo tanto, y en coherencia también con esta evolución hacia un verdadero curriculum por competencias, nuestra propuesta es que procuremos que al menos un 50% de los exámenes (o de los ejercicios con puntuación importante) se hagan permitiendo a los estudiantes el acceso a determinadas fuentes de información.

Huelga decir que en estos exámenes no podemos incluir “preguntas de memoria” del tipo ¿qué obras escribió Cervantes?, ni problemas de rutina como calcula el área de un cuadrado cuyo lado mide 3 cm. Como se ha comentado deberán ser exámenes centrados en actividades de comprensión, análisis, síntesis, aplicación de conocimientos, valoraciones…

Continuará

Publicado también en CHISPAS TIC Y EDUCACIÓN


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El escritor francés acaba de publicar en Europa Mal de escuela, un libro autobiográfico que reabrió en su país el debate acerca de la educación. Allí, el novelista evoca el sufrimiento que padeció como alumno y su experiencia como docente Por Álex Vicente El País El escritor francés regresa con Mal de escuela (Mondadori y Empúries), libro autobiográfico sobre el sufrimiento que experimentan los malos alumnos, que ha sido un éxito en su país, donde ha logrado reabrir el debate sobre la escuela. Daniel Pennac ejerció durante un cuarto de siglo el oficio de profesor. Todo ese tiempo vivió en un departamento situado sobre dos patios de colegio. "Como un ferroviario que se instalara, al jubilarse, junto a un apartadero", escribe en su nuevo libro. Hace unos años, su mujer se enamoró de otra casa en el barrio vecino. "Me vi obligado a seguirla", cuenta con nostalgia e ironía. Dos rasgos de carácter que le son propios, como esos lentes circulares y una sonrisa traviesa y juvenil, pese a que ya tiene 63 años. Pennac tuvo que dejar su amado barrio de Belleville (el único en todo París que huele a comida china, cuscús y especias indias a la vez), donde había ambientado la saga literaria de los Malaussène y donde escribió aquel famoso tratado sobre la lectura que tituló Como una novela . Se instaló en una acogedora residencia a poco más de seis estaciones de subte, junto al cementerio de Père-Lachaise, en cuya terraza tuvo lugar esta conversación, en la mañana de un domingo de verano. -Desde las primeras páginas, advierte que no ha escrito un libro sobre la escuela, sino sobre los malos alumnos. ¿Temía ser malinterpretado? -Quería dejar muy claro que éste es un libro sobre el sufrimiento que produce el hecho de no comprender. No pretende analizar la institución escolar, sino ese tipo de dolor, que me parece bastante desconocido. Se suele creer que a los malos alumnos les da todo igual, pero la realidad es otra. El fracaso escolar se vive con un gran sufrimiento. Yo lo sé porque lo he vivido. -¿Cómo se origina ese sufrimiento? -Por el simple hecho de no entender la pregunta del profesor. Es algo que empieza a una edad muy temprana y que tiene efectos colaterales: el niño cree que no encaja en la escuela y desarrolla una especie de rechazo hacia la institución; la familia se preocupa y no sabe cómo ayudarlo, y el docente lo vive como un fracaso personal y profesional. Es como una bomba de fragmentación. -Sin embargo, su tesis sobre el fracaso escolar es que no existe la fatalidad. Su libro es optimista. -Sí, porque he logrado que alumnos sin ningún sentido de la ortografía, que hacían 350 faltas por línea y que desconocían todo tipo de estructura gramatical, salieran adelante en pocas semanas. Eso te convierte inevitablemente en un profesor optimista [risas]. -¿Cuál es su fórmula milagrosa? -He comprobado que podemos curar las malas aptitudes si ignoramos las causas y nos concentramos en los efectos. Hay que resistir esa tentación natural que tiene todo joven profesor, que consiste en hurgar en el alumno para descubrir por qué se le da tan mal la escuela. Lo más fácil es creer que un estudiante es malo porque sus padres lo sentaron sobre los fogones de la cocina como castigo cuando era pequeño. Siempre he desconfiado de ese tipo de discursos. -¿Tal vez porque usted mismo no tenía ningún trauma infantil que justificara sus malas notas? -Exacto. Fui un niño relativamente amado, nacido en una familia burguesa, sin ningún problema particular y ninguna razón psicológica que explicara mi ineptitud. -Seguro que por ese motivo ha desconfiado siempre de ese tipo de dogmas. -A principios de los años 70, los profesores se limitaban a dar sermones a los malos alumnos; creían que se trataba de un problema moral. En la década del 80, se puso de moda justificarlo todo por razones psicológicas: los malos alumnos sufrían una inhibición y se encontraban desestabilizados por circunstancias personales. En los años 90, la tendencia fue atribuirlo todo a motivos de orden sociológico: se decía, por ejemplo, que el mal alumno surge de una clase social desfavorecida... -¿Y cuál es su tesis? -El problema está en la forma de enseñar ciertas materias. Muchos docentes deberían replantearse sus métodos. En mi caso, como profesor de Lengua, tenía que hacerles entender que la gramática no es un simple conjunto de reglas, sino el instrumento con el que la humanidad consigue expresar razonamientos y sentimientos. Que los adjetivos no son abstractos, sino que proceden del deseo de precisar el significado de un nombre. Que los pronombres pueden esconder grandes misterios. Si procedemos así, en poco más de una semana el alumno descubre cosas apasionantes, pero que siempre le habían enseñado de forma normativa y aburrida. -¿Todos reaccionan con ese entusiasmo? -No. La primera reacción siempre es: "A mí todo esto me importa un bledo". El reto es hacerles entender que la lengua es algo constitutivo, que sin la gramática no son nada. Que si no adquieren esa caja de herramientas, sus pensamientos los acabarán asfixiando en el sentido físico del término, porque no tendrán un discurso estructurado, no sabrán cómo exteriorizar sus emociones. -¿Qué efectos ha observado en los alumnos que padecen ese problema? -La violencia, el autismo, la esquizofrenia, el silencio absoluto y la estupidez, así como un fuerte deseo de vengarse de la institución y de los buenos alumnos. -Siempre se había creído que eran los buenos alumnos los que salían traumatizados del colegio por las burlas de los díscolos. -A corto plazo puede parecer así. Pero al final los buenos alumnos terminan enorgulleciéndose de su trayectoria escolar y confían en ellos mismos más fácilmente. -"Siempre he pensado que la escuela la hacen, en primer lugar, los profesores", escribe. ¿Le parece una opinión generalmente compartida? -Sí, el papel del maestro sigue siendo determinante y su responsabilidad, inmensa. -¿Entonces por qué es un oficio desvalorizado? -El principal motivo es que los niños de otras épocas no eran clientes, que es en lo que se han convertido hoy. El profesor que entraba en un aula hace cuarenta años se encontraba con treinta alumnos que no se planteaban qué estaban haciendo allí, simplemente lo aceptaban. Hoy se halla ante treinta clientes consagrados al consumo de bienes materiales: zapatillas deportivas, iPods y celulares de última tecnología. -¿Qué consecuencias tiene este nuevo estatus? -Los niños acaban confundiendo deseos superficiales con necesidades básicas. La publicidad se dirige a ellos desde que tienen 2 años. Si tienen la desgracia de que sus padres sean de los que se dejan estafar por esa propaganda que les asegura que si no les compran a sus hijos un juguete determinado eso significa que no los quieren, la situación puede volverse desastrosa. Yo les tengo que enseñar necesidades fundamentales, como estructurarse mentalmente, aprender a leer y a contar o estudiar las subordinadas. Los deseos del alumno son antagónicos a esta voluntad: los niños de hoy quieren consumir educación "a la carta", como quien compra productos electrónicos. -¿No le parece que su discurso es conservador? -Lo sé, pero no quiero ser malinterpretado. Yo no digo que el pasado fuera mejor en todos los sentidos. La familia se estructuraba en torno al silencio, la soledad mental de los niños era gigantesca y se ignoraba todo tipo de psicología. Pero el oficio de profesor era algo más fácil, ya que los alumnos eran conscientes de estar satisfaciendo necesidades básicas en la vida. El docente era respetado como una persona notable. Hoy gana unos 1500 euros al mes, cuando sus alumnos pueden conseguir más del doble con cuatro changas. -¿Pero no cree que este nuevo estatus del alumno podría ser positivo, en el sentido de que es un sujeto con más autonomía y voluntad propia? -El problema es que no tiene ninguna libertad. Es un sujeto prefigurado por la publicidad, que desea por desear. Sé que parezco un poco reaccionario. Pero cuando los psicólogos me dicen que un niño debe llevar zapatillas de marca o si no será excluido del grupo, yo me muero de la risa. Entonces pienso que el comercio nos ha ganado la batalla a todos. -¿Pero cómo puede la escuela mantenerse al margen de este desenfreno consumista? -No puede. Pero puede analizarlo. Puede mostrar los mecanismos necesarios para desactivar esta ilusión consumista. Es cierto que, como profesor, se necesita mucha energía, entusiasmo y convencimiento. -¿Cómo eran los profesores que lo salvaron? -Sólo tuve tres o cuatro. Uno era una especie de Buda de las matemáticas, que te hacía descubrir lo que sabías en lugar de recordarte lo que no sabías. -¿Tres o cuatro buenos profesores en toda una vida escolar no es una proporción muy baja? -En Francia existe cerca de un millón de profesores. ¿En nombre de qué gran injusticia podríamos pedir que todos fueran excepcionales? En todas las profesiones hay un alto porcentaje de imbéciles y de mediocres. Tres o cuatro de los sesenta que conocemos a lo largo de nuestra vida escolar es la proporción normal. -¿Los estudiantes deben tratar al profesor de usted, como se hace en Francia? ¿Han de levantarse cuando éste entra en el aula, como pide Sarkozy? -Son rituales de poder que no siempre van ligados a un respeto real. Si nos limitamos a conservarlos por tradición, el combate está perdido antes de empezar. Piense que algunas clases parecen un festín de feromonas, que algunos alumnos cuando vuelven de las vacaciones miden una cabeza más. Hay que ayudarlos a tranquilizarse. Con el silencio, por ejemplo. Al principio de cada clase les pedía que se callaran y que escucharan los sonidos de París durante unos minutos. Quiero creer que los ayudaba a concentrarse. -Defiende métodos algo anticuados, como el dictado o la memorización de poemas. [Risas] -Lo anticuado no es el dictado, sino la forma de llevarlo a cabo. Lo que propongo a los alumnos es que se construyan una biblioteca mental con grandes textos literarios, algo que conservarán toda la vida. Cuando me encuentro con ex alumnos por la calle, se siguen acordando de lo que memorizaron conmigo. Me recitan cosas, como la primera página de Cien años de soledad . -Sorprende su defensa del internado... -Puede ser una solución para los alumnos que se encuentren en una situación de fracaso escolar absoluto. No digo que sea un remedio universal, sino que en mi caso funcionó. Entiendo que las generaciones más jóvenes no lo crean, pero a veces puede permitir que el alumno se libere de su familia durante un tiempo y que tenga al maestro como único interlocutor. -¿Cómo tomaron sus padres su fracaso escolar? -Mi madre, peor que mi padre, aunque ambos sufrieron mucho. Mi madre tiene 103 años y sigue preguntándome si tengo dinero suficiente, si ya tengo departamento en París, si algún día me casaré, si lograré salir adelante... Ha fosilizado su sufrimiento por mí y vive en un tiempo verbal pluscuamperfecto. Mi padre era más irónico. Cuando me gradué, poco después de Mayo del 68, me dijo: "Para la licenciatura has necesitado una revolución, ¿debemos temer una guerra mundial para la cátedra?" Hace unos años encontré una carta que me mandó cuando me destinaron a la primera escuela. En el sobre había escrito: "Daniel Pennac, profesor". Al encontrarla, me puse a llorar. Entendí que lo había escrito con alivio, porque finalmente yo tenía un oficio. -¿Cuál fue la peor nota que llevó a casa? -En Francia, los maestros apuntan comentarios con cierta mala fe al lado de la calificación de cada materia. Una vez me escribieron: "No hay nada que esperar de este alumno". Me pareció excepcionalmente cruel.
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