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Físicamente, el oido está constituido por un aparato receptor, formado por el pabellón auricular u oreja, cuya función es ampliar la capacidad de recoger los sonidos de nuestro entorno y transmitirlos a través del oido externo al tímpano, una membrana que vibra y transmite sus vibraciones modulares al oido interno donde se encuentra un auténtico "convertidor" - el órgano de corti- que transforma los movimientos timpánicos en impulsos eléctricos de tipo nervioso que llegan a la zona cerebral de integración (la corteza auditiva) a travez de una serie de "estaciones de relevo" como el cerebelo y los núcleos de la base cerebral, unidos a base posterior de la glándula hipófisis y, a través de ella, conectados al sistema endocrino, hormonal, del cuerpo.
Por tanto, la respuesta a un sonido brusco es inmediata y puede poner al organismo - a través del sistema nervioso periférico y de las glándulas endocrinas- en situación de ataque o defensa y, posteriormente, efectuar incluso cambios hormonales importantes que pueden persistir durante mucho tiempo si el impulso auditivo es adecuado y suficiente.
Pero esos cambios no se limitan a una respuesta a los sonidos que percibimos. Nuestro espectro de audición es increiblemente limitado y por encima y debajo de él se encuentran el amplio panorama de las vibraciones subsónicas y supersónicas que, pese a no poderlos percibir, ejercen una acción perfectamente mensurable en nuestro organismo. De hecho, la contaminación auditiva que tan poco preocupa a las grandes ciudades actualmente, está causada por elementos supersónicos en gran parte, que pueden llegar a causar la muerte por micro-hemorrágias cerebrales.
Pues bien, el hecho de que el oido - como el resto de los sentidos externos e internos- está integrado a un sistema integral de adaptación que es lo que conocemos con el nombre de estrés- descrito por el filósofo SELEY hace ya más de cincuenta años- permite explicar algo de los efectos "mágicos" de la música y otros tipos de sonido en nuestro organismo.
Por ejemplo: la percusión cada vez más rápida y con mayor nivel sonora de los tam-tams>> africanos, induce una exitación progresiva de las vías nerviosas de la audición que llega a disparar el mecanismo del estrés, en cuya primera fase las terminaciones nerviosas segregan una serie de sustancias muy complejas y con efectos conocidos muy poderosos a diversos niveles orgánicos.
Aparte de la famosa adrenalina, se segregan endorfinas - ahora tan de moda- que, en definitiva, son sustancias morfínicas de producción propia y que tienen propiedades analgésicas y estupefacientes (esto explica, el estado de éxtasis a que puede llegarse en una ceremonia vudú). Pero además, las terminaciones nerviosas segregan muchos compuestos químicos entre los que últimamente se han aislado grandes cantidades de calcitonina, que es la hormana recalcificante encontrada recientemente en el salmón. Por tanto, una sesión de "macumba" bien manejada y con los cuidados adecuados (aporte conveneinte de alimentos ricos en calcio, líquidos y elementos plásticos protéicos) puede llegar a ser un posible tratamiento de la artrisis por descalcificación, uno de los azotes de nuestra sociedad moderna.

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